La vida muchas veces nos empuja a querer respuestas rápidas, certezas, y logros visibles. Pero hay caminos que no se caminan corriendo, se caminan con el alma abierta. Uno de esos caminos es el de acompañar.
Acompañar no es resolverle la vida a nadie. No es tener todas las respuestas. Acompañar es ser testigo del proceso de otro, y al mismo tiempo, aprender de uno mismo. Porque mientras ayudamos a otros a sanar, crecer o encontrar su luz, también descubrimos la nuestra.
Ser compañía: un regalo silencioso
A veces creemos que para aportar algo tenemos que estar “perfectos”, tener todo bajo control. Pero en realidad, acompañar a alguien es un acto de presencia, no de perfección.
Es decir: “Estoy acá, sin juicios, sin prisa, solo con lo que soy”.
Y ahí sucede la magia: al ofrecer calma, también la recibís. Al escuchar, te escuchás. Al dar tu tiempo, también recibís propósito.
Aprender desde el corazón
En este proceso de estar para otros, nos damos cuenta de algo profundo:
Acompañar no es un sacrificio, es un aprendizaje que te transforma.
Aprendes a mirar con empatía, a valorar el silencio, a darte cuenta que muchas veces no tienes que hacer nada más que ser quien eres
Ese “ser” ya es luz. Y cuando das desde ahí, la vida se ilumina para vos y para quien tienes al lado.
Ser y ofrecer: una elección diaria
Cada día puedes elegir ser ese apoyo para alguien. Puedes elegir ofrecer lo mejor de vos, aunque no te sientas en tu mejor momento. Porque ser auténtico también es acompañar.
Y en esa entrega, tu camino se llena de sentido. Porque lo que das, te construye. Lo que ofreces, te libera. Y el simple hecho de estar, te conecta con la vida desde un lugar más pleno y real.
Al final, acompañar es un puente:
Un puente que conecta tu corazón con el de otros.
Un puente que te recuerda que no estás sola ni solo.
Un puente donde aprendes a ser luz simplemente siendo vos.
🕊️ Acompañar es un acto de amor que transforma al que lo da y al que lo recibe.
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