Desde hace tres años, tengo una rutina que me ha transformado: escribir.
Cada día, abro mi agenda, respiro profundo y dejo que mis pensamientos, mis emociones y mis sueños fluyan hacia el papel. No es solo una costumbre… es mi acto de fe más firme.
En esa agenda escribo frases, afirmaciones, desahogos y visualizaciones. Allí están mis miedos, pero también mis deseos más grandes. Es mi espacio sagrado, mi puente hacia el éxito emocional, espiritual y personal.
Aunque la vida va rápido y cada día hay mil cosas que hacer, me regalo al menos diez minutos para mí. Diez minutos de conexión, de intención y de presencia. A veces lloro, a veces sonrío, pero siempre salgo de ahí sintiéndome más viva.
Escribo para recordar que estoy en camino.
Para manifestar lo que anhelo.
Para no soltar mi fe, aunque haya días difíciles.
Sé que no es fácil. A veces pesa. Pero cada palabra que dejo en esa hoja es una semilla. Y con el tiempo, todo florece.
Porque creo profundamente que lo que se escribe con el corazón… se convierte en realidad.
Mi agenda no es solo un cuaderno, es el reflejo de lo que soy:
una mujer que cree, que sueña, que cae y se levanta…
y que confía con firmeza en que todo, absolutamente todo, va a llegar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario