Hay verdades que se vuelven faro cuando todo parece confuso.
La mía es esta: el amor real, sano y luminoso existe. Y tiene nombre, aunque no lo diga. Tiene presencia. Tiene mirada. Tiene abrazo.
Encontré la paz que no buscaba
No eras un “rescatador”, ni yo lo necesitaba.
Solo llegaste en el momento exacto —cuando dejé de conformarme con migajas y empecé a abrazar mi propia valentía— para romper esquemas y enseñarme que el cariño genuino es un lugar tranquilo, no una montaña rusa.
Lo que tu amor me recuerda cada día
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El amor se construye: se nutre de gestos pequeños, conversaciones largas y silencios seguros.
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Quererse no debería doler: amar sin drama es posible cuando la confianza no se negocia.
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La compañía puede ser paz: caminar juntos no significa cargar al otro, sino acompañarlo mientras avanza.
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Dar y recibir encuentran equilibrio: yo quiero regalarte el mundo, pero, curiosamente, siempre sos vos quien me da más.
Pero, sobre todo, descubrí esto
“No viniste a completarme. Me abrazaste entera.
Y yo elegí tu mano para caminar hacia mi propia vida.”
No hay héroes ni princesas: hay dos personas que se muestran con verdad, se sostienen con ternura y celebran la vida de a dos. Así de simple. Así de transformador.
Si alguien lee esto algún día…
Que quede escrito: sí, el amor sano existe.
Se elige, se cuida y, sorprendentemente, resulta fácil cuando ambas almas ya no compiten con sus heridas.
Camino hacia la vida que soñé… y voy de tu mano.
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