A veces nos esforzamos tanto…
Nos levantamos cada día con el corazón lleno de ganas, de lucha, de compromiso con nuestros sueños. Nos exigimos más de lo que muchas veces deberíamos, y aun así, cuando logramos algo… cuando por fin ese objetivo se cumple, algo dentro de nosotras no celebra.
En lugar de sentir paz, orgullo o satisfacción, nuestra mente empieza a conspirar en nuestra contra. Nos dice que no es suficiente. Que si queremos ser visibles, reconocidas, aceptadas… necesitamos ir más allá. Lograr más. Ser más.
Y entonces, lo que debería ser una meta alcanzada, se transforma en otra carga.
Esa presión de “tengo que hacerlo mejor”, “aún no es suficiente”, empieza a crecer silenciosamente.
Y con ella, llega la ansiedad.
Los pensamientos invasivos.
El pecho que se aprieta sin razón.
La mente que no calla ni de noche.
El cuerpo que quiere descansar, pero el alma está en alerta.
Y sí, duele.
Duele vivir así.
Duele no poder disfrutar ni siquiera de lo que un día soñaste con tanto amor.
Pero también te digo algo: es normal.
No estás rota.
No estás sola.
Hay días en los que esa nube se disipa, en los que la calma llega, en los que puedes respirar sin miedo.
Y hay otros días en los que simplemente duele existir.
Pero ambos días son parte de ti.
El camino hacia el merecimiento no solo es lograr cosas.
Es aprender a sentirte suficiente en medio de la tormenta.
Es darte permiso de parar, de llorar, de abrazarte y de volver a empezar.
Porque tú mereces más que aplausos.
Mereces vivir sin miedo a respirar.
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